A MI TAMBIÉN ME DOMESTICARON...
- Sandra Munevar
- Feb 3, 2023
- 7 min read
Hace mucho quería escribir acerca de los gatos y siempre que empezaba a hacerlo, llegaba a mi mente la misma imagen, aunque pueda parecer extraña o incluso tonta: se trataba de la piña en la pizza... a muchos les encanta, otros la odian y al resto les da igual. ¡Lo mismo pasa con los gatos!
Por esa razón es que a veces creo que el mundo se divide en dos, cuando se trata de estos temas; siempre generan sentimientos; entre los más comunes, el amor o el rechazo... ¿Tendrá eso algo de malo? Creería que absolutamente nada, y que solo es cuestión de gustos.
A mi siempre me ha gustado la pizza hawaiana, fue una elección fácil desde el comienzo, me gustó cuando la probé por primera vez y aún la sigo disfrutando, pero el tema con los gatos, eso es otra historia...
Mi percepción sobre los gatos comienza muchos años atrás, en casa de mi amiga Julia, cuando me encontraba haciendo un trabajo para la universidad en el computador de su hermano. Minutos después de sentarme en su escritorio, sentí que algo saltaba sobre mis piernas, me asusté bastante, pero tal cual pasa hasta hoy, en vez de reaccionar gritando o exaltada, me paralicé. Se trataba de Simba, un gato negro de ojos amarillos, que luego de saltar sobre mí, comenzó a olfatearme por algunos segundos, y luego me mordió la mano.
Simba, seguramente al darse cuenta de que yo no era su dueño, reaccionó de esa manera por instinto o por miedo, tal vez, no lo sé. Todavía recuerdo ese día como si fuera ayer, no fue nada del otro mundo, no hubo sangre ni cicatrices, pero no tuvimos un muy feliz primer encuentro gatuno.
Años más tarde tuve como vecino - en la casa de al lado - a otro gato negro, él siempre encontraba la forma de entrar a mi casa. Se colaba en cualquier momento del día y de cualquier manera.
El problema era los sustos que causaba en mi familia y las muchas veces que se comía nuestra comida; a partir de ahí, los gatos me empezaron a generar no solo miedo si no también rechazo, no me interesaba conocerlos, ni acariciarlos, solo quería estar muy lejos de ellos. Para mí los gatos eran seres que mordían sin previo aviso, se entraban en tu casa sin invitación, comían la comida de los demás y no inspiraban otro sentimiento que aquel rechazo.
Saltando en el tiempo y muy adelante, una psicóloga nos recomienda una mascota de apoyo emocional para ayudar a regular las emociones de una de nuestras hijas y, claro, nuestro primer impulso fue pensar en un perro. Mi esposo es amante de los perros, él había tenido perros antes y a mí me gustaba la idea.
Me han gustado los animales en general, pero en ese entonces vivíamos en un apartamento y nuestro estilo de vida no se ajustaba mucho para poder tener un peludo en casa. Entonces, alguien nos sugirió un gato como mascota. Nos explicó que era mucho más práctico, no había que sacarlo a hacer sus necesidades porque usaba el arenero, los espacios pequeños eran perfectos porque se adaptaban bien a ellos... entre otras cosas; pero ¿qué creen? de nuevo venía mi trauma... La idea de ¿un gato? !No! un gato no viene corriendo cuando lo llamas, no mueve la cola fielmente, un gato es traicionero, te podría atacar y sin previo aviso, te podrías enfermar con sus pelos, aparte creo que es improbable que se deje cargar, ni acariciar, etc. Todo ello venía a mi cabeza.
Claro que, por el bienestar de mi hija, estaba dispuesta a todo...
Justo por esos días en un grupo de WhatsApp ofrecieron unos gaticos que encontraron abandonados, sugerí a mi esposo la idea de adoptar uno y fue un no rotundo, acompañado de una mirada de esas que te hacen sentir como si hubieras cometido el peor delito o que al menos te pregunta si estás loca al sugerir llevar un gato a la casa. A pesar de la mirada y de mis prejuicios, verlos bebés pequeños y además abandonados, me enternecía mucho.
Con el paso de los días confirmamos que en verdad tener una mascota de apoyo emocional, era muy importante en el proceso de nuestra hija y en la familia; que se hacía cada vez más necesario tomar una decisión y fue así que a mi esposo, la idea de que la mascota fuera un gato, comenzó a no parecerle tan mala. Así, empezamos a conversar con amigos dueños de gatos, y todos absolutamente todos se emocionaron con la sola idea de que fuéramos a adoptar a uno, incluso nos recomendaron que fueran dos, pero la verdad es que apenas estábamos considerando y asimilando la posibilidad de que fuera uno.
Al escucharlos hablar aún no entendíamos qué era lo que les motivaba tanta pasión por los gatos, por lo que hasta donde sabíamos solo dormían, eran inexpresivos y estaban por ahí en cualquier lugar sin emocionarse por nada.
En fin... después de pensarlo mucho y sin estar seguros, comenzamos la búsqueda para adoptar, pensamos que sería más fácil de lo que fue y para hacer corta la historia larga, aplicamos en muchos sitios de adopción y estuvimos en lista de espera; cuando no pasaba nada, recordamos aquella publicación en WhatsApp semanas atrás ofreciendo los gaticos y para sorpresa nuestra aún no los habían adoptado a todos, ¡quedaban dos de la camada!
Uno lo adoptó mi cuñado y el otro nosotros.
Así llegó Merlín a nuestras vidas, su nombre fue elegido por unanimidad, nos había gustado mucho ese nombre cuando lo leímos en una de las páginas de adopción y además era el nombre del mago más famoso del mundo. La decisión fue fácil.
Nerviosos por la llegada de Merlin, que en ese entonces tenía cuatro meses, compramos todo lo que pudiera necesitar, éramos padres primerizos, nerviosos e inexpertos. Llegó con mucho miedo y se escondió toda la tarde debajo de la cama, las niñas emocionadas esperaban con paciencia que saliera, poco a poco nos fue aceptando y nosotros a él.
Y así como cuando te acercas a algo que no conoces con miedo pero con valentía, nos dimos la oportunidad de dejar los prejuicios atrás, desaprendimos nuestra percepción de los gatos y comenzamos de cero. Definitivamente la experiencia ha sido increíble. Acariciarlo, hablarle, tocarlo, sentir su motor cuando se activa (ronroneo), cuidar de él y recibir de vuelta ese amor en las dosis que ellos saben dar, a su manera que resulta ser mágica; sentirlo a nuestro lado en momentos de tristeza, que llegue sin avisar y se quede sin que se lo pidamos, es más de lo que muchos humanos han hecho por otros.
Merlin nos ha enseñado a dejar los prejuicios, a darnos la oportunidad de conocer y experimentar antes de criticar, pienso ahora en cuántos se habrán quedado con lo poco que les han dicho de nosotros, sin darse la oportunidad de conocernos y cuántas veces nosotros hacemos eso con los demás, incluidos los gatos.
Ya no temo acariciarlo, porque le conozco y sé que no me haría daño, no me importan sus pelos en mi ropa, porque eso hace parte de lo que él es y así lo dejamos entrar a nuestras vidas: con sus silencios, sus ronroneos, sus espacios, su independencia amorosa, su presencia y sus ausencias en el momento que se le antoja.
Merlín hizo click de inmediato con una de nuestras hijas y adoptó su personalidad calmada y tierna... ah y Bella, la gatica que adoptamos un año después, adoptó la de nuestra otra hija: Juguetona y traviesa.
En verdad no sabía que necesitaba tanto desbloquear este sentimiento de querer a un animal, darle mi cariño, cuidar de él y recibir ese amor de vuelta, y creo que con los gatos es doblemente increíble, porque no cualquiera entiende el amor que se siente por uno de ellos y lo que genera en quien se permite conocerlos. Cuando eso sucede, el amor llega aunque no lo queramos. La evolución espiritual sólo se da a quien se la permite.
Todo lo que leí y me dijeron bueno acerca de los gatos antes de que adoptaramos uno, lo comprobé. Acariciarlos reduce el estrés, me calma cuando algo me preocupa y a mis hijas les ha ayudado en el manejo de sus frustraciones y en especial a sobrellevar los días difíciles. Han tenido la experiencia de poder cuidar de otro ser vivo, dar y recibir amor, y eso se compara con pocas cosas en la vida.
Estudios científicos afirman que su ronroneo aumenta el consumo de glucosa y oxígeno, reduce la presión sanguínea en el cuerpo, aumenta también las hormonas de serotonina, prolactina y oxitócina que nos hacen más felices.
También hay otros factores acerca de los gatos, de los que se habla mucho: las alergias y enfermedades que ocasionan. Sea esta la oportunidad de educarnos y poder aclarar que no son sus pelos los que causan alergia, es la caspa que desprenden de su pelaje lo que lo hace. Y existen muchos productos y alimentos que disminuyen su producción.
Otro mito muy común es que los gatos transmiten el parásito que produce la toxoplasmosis (una enfermedad infecciosa causada por un parásito llamado toxoplasma gondii que puede infectar tanto a personas como a los animales). Hay mucha desinformación al respecto, muchas personas afirman que los gatos causan esta enfermedad, pero realmente los estudios comprueban que no es así.
La toxoplasmosis puedes adquirirla con mucha frecuencia en alimentos contaminados, como carne mal cocida, frutas o verduras mal lavadas, un trasplante de órgano o transfusión de sangre infectada. También influye el estar en contacto con las heces de un gato (en general los callejeros o que comen ratones) o con una rata que tenga el parásito. Muy pocos gatos lo tienen, en especial no es un riesgo real con un gato casero y si fuera el caso, el parásito estaría en su excremento. Si limpias el arenero con las medidas de higiene naturales y después te lavas adecuadamente las manos, no habrá ningún problema. De hecho, es posible afirmar que se transmite por falta de higiene de quien cuida a los animales y después consume alimentos.
El convivir con gatos y amarlos, me ha hecho sentir cierta empatía y conexión con otros humanos que han vivido la misma experiencia de la vida gatuna y me han impulsado a escribir sobre este tema, en especial para aquellos que ponen cara de disgusto cuando el tema de los gatos llega a una conversación, impulsados por el solo hecho de desconocer la parte fantástica de estar en su mundo; para aquellos que como yo antes, solo se quedan con alguna mala experiencia o algún prejuicio infundado. Lo digo yo que fui esa persona alguna vez.
Por esa misma razón, espero que muchos se den esa oportunidad, no necesariamente adoptando a uno, aunque sería maravillosa la experiencia que tendrían, pero sí siendo una menos de esas personas que juzgan sin conocer.
Tal vez esa fascinación que despiertan los gatos tenga que ver con la sentencia de Marcel Mauss: “El gato es el único animal que ha logrado domesticar al hombre”. Y en esta casa lo hicieron muy bien Merlín y Bella, fuimos domesticados con su amor de manera casi imperceptible y con una precisión que solo con la agudeza de sus sentidos podrían lograr.
Me sentí tan feliz leyendo este artículo. No sólo porque también soy víctima de la domesticación felina; si no por la capacidad de la escritora para tumbar mitos.