top of page

SOLTANDO MANOS

  • Writer: Sandra Munevar
    Sandra Munevar
  • Feb 26, 2021
  • 5 min read

Updated: Apr 11, 2021

Siempre recuerdo mi mano pequeña aferrada a la de mi mamá, sintiendo que nunca en la vida iba a necesitar nada más, me sentía segura, protegida y por ende tranquila; pero de pronto y sin sospecharlo, llega ese momento en que su mano comienza a separarse de la mía, porque se supone que hay algunas cosas que ya puedo hacer sola, como por ejemplo ir a la tienda de la esquina a comprar leche y pan, no es mucho, incluso es una tarea sencilla, ¿qué podría tener de complicado llevar dinero y cambiarlo por comida? pero cuando eres una niña hasta caminar sola en la calle cuesta, y aunque en ese momento me veía más grandecita que los de mi edad, por dentro seguía sintiéndome como una niña indefensa que necesitaba de esa mano que me ha acompañado siempre. Primero probamos yendo las dos juntas, mi mamá me daba dinero para que probara haciéndolo sola y la verdad no se me hizo nada complicado; pero entonces seguía sin entender por qué me ponía nerviosa… años más tarde comprendí que era su presencia la que me daba la tranquilidad que extrañaba, porque sabía que si ella estaba conmigo nada podía salir mal.

Cuando llegó el día en que tenía que ir sola, ¡sentí miedo! me sudaban las manos, pero sabía que lo podría hacer. Solo era cruzar al andén del frente y llegar a la esquina.

Abrí la puerta, comencé a caminar, y al pisar el andén me sentí expuesta, casi como si saliera desnuda y todos me miraran, porque el escudo protector que me cubría no estaba, y aunque sabía que mi mamá se encontraba en casa, a unos pasos, esperando a que regresara (seguramente nerviosa, pero confiando en que podía hacerlo), en ese momento no estaba a mi lado para hacer las cosas por mí, porque se supone que yo estaba dejando de ser una pequeña niña, y que ya podía enfrentar el mundo poco a poco. Con el paso del tiempo me llené de confianza, perdí la cuenta de cuantas veces fui a la tienda y sin darme cuenta ya tenía 12 años y no me detenía a pensar qué ni cómo me sentía al respecto, no era grande pero tampoco una niña pequeña, no sabía qué hacía, pero fingía saber hacerlo muy bien.

Dejé de ir a la tienda de la esquina, prefería ir un poco más lejos, me sentía segura; así que me animaba a caminar algunas cuadras más hasta la tienda que quedaba cerca de la casa de Carolina (mi primera amiga mujer), yo cogía algunas piedras diminutas del suelo y las tiraba a su ventana para que se asomara... ella siempre bajaba rápidamente y me saludaba con su sonrisa que no olvido, yo comenzaba a contarle las novedades de mi día, le preguntaba qué estaba haciendo, y no parábamos de hablar, me acompañaba a la tienda e incluso dábamos vueltas por el parque y fue así que comencé a utilizar el ir a la tienda como una manera de sentirme adulta, libre e independiente.

Me doy cuenta, mirando hacia atrás, que esa mano que solté de mi mamá la cambié por la de mi amiga que también me daba seguridad, tal parece que así es el cambio en la adolescencia, saltamos de la mano de nuestros padres a la compañía de nuestros amigos.

Los sábados había mucha actividad en el parque, los padres llevaban a sus hijos a jugar, unos se columpiaban, otros se divertían en el pasamanos y como no había muchas cosas entretenidas por hacer, ésta se convirtió en nuestra actividad favorita, pasar caminando por el lugar. Había un grupo que siempre estaba jugando voleibol, cuando pasábamos nos gritaban cosas como: “adiós, que lindas” etc. Sonreíamos entre nosotras y seguíamos caminando, mi curiosidad me obligó a mirar de reojo y me di cuenta de que entre ellos había un niño guapo jugando, pero seguí mi camino.

En el transcurso de la semana volví a la tienda con mi amiga Carolina para hacer el mismo recorrido de siempre, recuerdo llevar puesto un saco morado de lana con huecos grandes, un jean y unos tenis, esta vez Carolina mi amiga me dijo que invitáramos a una vecina suya que casi no sale, no ví por qué no ; así que, como si se tratara de un tour turístico emocionante, salimos las tres a caminar. Nos encontramos con Carlos y Leonardo vecinos y amigos del colegio, charlamos un rato y luego seguimos nuestro recorrido, pasando el parque estaban dos muchachos sentados en el pasamanos, miré disimuladamente y me dí cuenta que era el mismo que me había parecido guapo, lo detallo mejor, se notaba que tenía unos años más que yo : blanco, delgado, rasgos delicados y el pelo un poco largo, pero se le veía bien, me sentía extraña, un poco nerviosa, seguimos caminando, pero cuando escuché que dijeron: “saludes a la de morado”, mis piernas comenzaron a temblar. Al escucharlo me emocioné y cuando miré a mi amiga me di cuenta que la vecina con la que estábamos también tenía puesto un saco del mismo color.

Traté de no pensar más en eso, pero no podía sacarme de la cabeza si se refería a mi o a la vecina de mi amiga, pensaba en quién le parecería más bonita y me aferraba a la idea de que fuera yo quien le gustara, “gustara” solo dijo saludos y yo ya estaba planeando un futuro juntos. Hablaba sola y me respondía, porque no podía dejar de pensar en él.

Días después, salí con mi mamá a almorzar a un restaurante y cruzando por la esquina lo vi salir de su casa, me paralicé ¡era él! ¡ya sabía dónde vivía! y como era obvio, al menos en mi lógica, perdí la cuenta de cuantas veces pasé por su casa, comencé a inventar excusas para pasar por su calle a como diera lugar; pero, a quién engañaba, nunca iba a tener la valentía de dejar que me viera, pareciera ser solo un amor platónico de la adolescencia, porque nunca coincidimos, nunca nos encontramos y seguramente si alguna vez había recordado mi rostro, éste ya se le había olvidado.

Pero una tarde de sábado eso cambió, por fin nos encontramos; lastimosamente de la manera que menos hubiese querido, todo sucedió cuando decidí que iba a salir a patinar un rato frente a la casa, y me encontré con que en la esquina estaba jugando voleibol el chico guapo de quien no sabía ni siquiera su nombre, tomé valor y comencé a patinar cerca de donde estaban, no sé cómo pero como una comedia trágica, caí en frente de él, yo no podía creer lo que estaba ocurriendo, sentí dentro de mí la angustia que seguramente trae la pubertad. Vergüenza, confusión e incluso enojo conmigo misma y con la vida. Ahí estaba yo, tirada en el piso boca arriba, sin poder respirar y mirando al cielo, pensando si de eso se trataba el amor: de perder la vergüenza sin importar lo que pueda pasar.

Meses más tarde ese mismo chico sería mi primer beso y mi primera decepción, quizás otra historia más para contar…

Recent Posts

See All
CUANDO ERA NIÑA...

Solía creer que los pulmones no eran rosados, pensaba que eran verdes, así como cuando partes un limón en la mitad. También pensaba que...

 
 
 

Commentaires


No te pierdas mis post!

SUSCRÍBETE

©2021 by INMUNE VIDA REAL. Proudly created with Wix.com

bottom of page